miércoles, 11 de junio de 2014

Somos el Pueblo de Dios

Al meditar en el pueblo de Israel y cómo Dios los liberó de la esclavitud en Egipto y los acompañó por el desierto rumbo a la tierra prometida, no podemos dejar de dar gracias a Dios por darnos el privilegio de ser ahora su pueblo. Nosotros no somos descendientes de los israelitas, pero como lo expresa el apóstol Pablo eso ya no importa: “Si sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”. (Ga.3:29)

“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús… habéis hecho cercanos. 
“…así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra Jesucristo mismo”.(Ef.2:12-20)

El apóstol Pedro dijo lo mismo: “…en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; en otro tiempo no habías alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”. (1Pe.2:10)

Así como Dios tuvo un pacto con los israelitas que salieron de Egipto tomándolos como su “especial tesoro”, dándoles su Palabra, su guía, manifestando su presencia y poder, proveyéndoles y protegiéndoles, siendo así su Dios y ellos su pueblo; de la misma manera y aún más, su comunión especial es ahora con nosotros, su iglesia.

Los creyentes somos hoy un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciemos las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”. (1Pe.2:9)

Sin embargo, ante tan precioso y grandioso privilegio, no debemos portarnos como lo hicieron los israelitas que salieron de Egipto. Ellos no apreciaron ser el pueblo de Dios, no cumplieron con su parte del pacto, no obedecieron, no creyeron. Nosotros debemos tener una actitud diferente.

Pertenecer al pueblo de Dios es un privilegio y una gran responsabilidad: Tenemos que anunciar al mundo las virtudes de Dios con nuestra vida y nuestras palabras.

No se olvide hermano: usted es parte de su pueblo y ha sido llamado a amarle, creerle y obedecerle. Para  eso le hizo su hijo y por eso nos llamamos hermanos. ¡Somos su iglesia! No seamos “oidores olvidadizos” como lo fueron ellos, sino hacedores de su Palabra, y mantengámonos firmes, porque Cristo viene pronto por nosotros. Él nos llevará a nuestra patria celestial y eterna… La verdadera tierra prometida.

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