Al meditar en el
pueblo de Israel y cómo Dios los liberó de la esclavitud en Egipto y los
acompañó por el desierto rumbo a la tierra prometida, no podemos dejar de dar
gracias a Dios por darnos el privilegio de ser ahora su pueblo. Nosotros no
somos descendientes de los israelitas, pero como lo expresa el apóstol Pablo eso
ya no importa: “Si sois de Cristo,
ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”. (Ga.3:29)
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la
ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin
Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús… habéis hecho cercanos.
“…así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino
conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre
el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra
Jesucristo mismo”. (Ef.2:12-20)
El apóstol Pedro
dijo lo mismo: “…en otro tiempo no erais
pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; en otro tiempo no habías alcanzado
misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia”. (1Pe.2:10)