En la carta
que escribió el apóstol Pablo a los hermanos en Corinto, les hace recordar cómo
los israelitas que fueron libertados de Egipto no fueron leales al que los
salvó, sino que codiciaron cosas malas, clamaron a otros dioses, cometieron
inmoralidad sexual, tentaron al Señor, fueron idólatras y murmuraron. Por lo
que Dios no les permitió la entrada a la tierra prometida.
Fueron sus
hijos los que vieron el cumplimiento de la promesa. Todos los padres, que
vieron el poder y las maravillas de Dios no lo vieron por su incredulidad. Y
Pablo advierte por el Espíritu Santo que lo mismo podría pasar entre nosotros.
Él revela que las cosas que les acontecieron a Moisés y el pueblo de Israel
fueron escritas como ejemplo… “para
amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. (1ra
Co.10:11)
Esta es una de
las razones por la que estudiamos las historias bíblicas pues nos sirven de ejemplo,
enseñanza, y advertencia. Aprendemos acerca de cómo es Dios, cómo actúa, lo que
le agrada y lo que no; vemos también el comportamiento del hombre y sus
aciertos y fracasos. Aprendemos de ellos. Por eso en las
próximas semanas estaremos meditando acerca del viaje que los israelitas
hicieron por el desierto, desde su esclavitud en Egipto hasta llegar a la tierra
de Canaán. Será una buena oportunidad para recordar muchas cosas útiles y
valiosas para nuestra vida, pues hoy nosotros somos el Pueblo de Dios que peregrina
por el “desierto de este mundo”, rumbo a la “tierra prometida”: La Vida Eterna.