La
misión de Jesús consistía en anunciar las buenas nuevas, mostrar el amor de
Dios haciendo obras de bien y dar su vida en la cruz por nosotros. Por eso Jesús
enseñó, ayudó, sanó y predicó el evangelio diciendo: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado”. Sin
embargo fue rechazado por la mayoría, lo mataron, pero como estaba previsto en
las Escrituras, resucitó al tercer día, ascendió a los cielos y envió al Espíritu
Santo para continuar su labor. Así que, aunque Jesús no está físicamente en la
tierra, él continúa presente por medio
de su Espíritu.
La
Biblia dice que la iglesia es el cuerpo de Cristo y los creyentes son el templo
del Espíritu Santo, Así que Jesús sigue cumpliendo su misión a través de su
iglesia. La Iglesia no es un edificio ni una institución o una denominación en particular;
la Iglesia son hombres y mujeres que confiesan a Jesús como su Señor y Salvador,
siguen su ejemplo, obedecen sus mandamientos y han sido bautizados en su
Espíritu. Para los miembros de la Iglesia es este mandato: “Id y haced discípulos… he aquí yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Jesús
ya dio su vida en sacrificio por los pecados, pero todavía es necesario
anunciar las buenas nuevas y mostrar el amor de Dios haciendo el bien. Jesús dijo
de sí mismo: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, sanar a
los quebrantados de corazón, pregonar
libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a predicar el año agradable del
Señor”. Hoy, sus discípulos somos los pies y las manos de Jesús, sus ojos,
oídos y voz, ¡somos su cuerpo! y en su nombre, debemos seguir predicando el
evangelio, llamando al arrepentimiento, enseñando, consolando, restaurando los
corazones, liberando y sanando, todo en su nombre porque él está vivo y sigue siendo el mismo. ¡Él
está en nosotros!
La
misión de Jesús es ahora nuestra misión. Los creyentes debemos trabajar juntos,
con fe, esperanza y amor.
Ps. A. Sifuentes.